El tratamiento
a la diversidad ocupa hoy un lugar privilegiado
en la agenda mediática. Arte y comunicación van de la mano en el afán de
construir un mundo más inclusivo, especialmente para los grupos que han sido segregados
por su condición sexual.
Después
del estreno de Fresa y Chocolate en
1993, un vacío temporal caracterizó la presencia del tema en los largometrajes.
En la actualidad, la homosexualidad masculina es una de las más vulnerables a
ser tratadas por directores y guionistas de cine.
Luego
de 20 años en que la figura del hombre gay fuera colocada en papeles
secundarios, que habitualmente recurrían a la sátira, despierta el interés por
tratar el tema. De ello hablan las producciones del último quinquenio. Casa Vieja de Lester Hamlet, Chamacos
de Juan Carlos Cremata y Verde Verde de
Enrique Pineda Barnet lo ubican en el punto de mira y nos hacen problematizar,
enjuiciar y hasta cuestionar el ser homosexual en el cine cubano de hoy.
Bien
es cierto que su representación cinematográfica ha provocado que se cumpla la
máxima de la comunicación de que las personas hablan de lo que los medios
hablan. Sin embargo, no pocas polémicas ha generado entre los públicos. El
problema no es solo el desatasque de una temática a la cual parecerían abocarse
muchos directores sino también el qué y el cómo de la realidad que han puesto
frente a nuestros ojos.
A
esta triada, de la cual Casa Vieja
parece escapar por su lenguaje más cuidadoso, se le suma La partida. La producción del español Antonio Hens, filmada en la isla, ha sido vista por el
público cubano a través de las memorias flash. Al igual que sus homólogas Chamacos y Verde Verde, La partida también
ha generado discusión.
Como
análisis de un fenómeno, que me parece interesante soslayar, sería injusto
juzgar de lleno a los artistas o agredir sus obras con criterios que desde el
punto de vista cinematográfico son objeto de la crítica especializada. Tampoco
podría dejar de un lado al público consumidor del producto artístico,
aprehensor además, de mansajes y códigos que producen efectos a corto y largo
plazo.
Cuanto
mayor es el énfasis de los medios sobre un tema, también será mayor la
importancia que le dan los miembros de la audiencia. Entonces, ¿qué quieren
significar estas películas?, ¿a qué le dan relevancia?, ¿cuál es el mensaje que
pretenden fijar o dar por sentado? Revisemos los roles que se nos presentan,
pues transversalizadas por sexo, prostitución y violencia, muchas de estas
producciones estigmatizan la figura del hombre homosexual. La noche se viste
como único tapiz del mundo gay. Locaciones lúgubres, promiscuidad, doble moral
y bisexualidad también serán recurrentes en el discurso. El espectador es una y
otra vez víctima del sexo fuerte y duro entre dos hombres, expresión de una
masculinidad que así lo ha preestablecido socialmente. A ello, súmensele
finales marcados por escenas violentas, pesimistas y aplastantes en los que se
entierran cualquier vestigio de esperanzas.
Los
artistas solo retratan una parte de nuestra realidad y al parecer la única
captable por el lente de sus cámaras. Lo hacen tematizando al homosexual como
sujeto de la noche, mercancía o como el muchacho que se sienta en el malecón cuya
única escapatoria es el mercado del sexo. Atrás han quedado Diego y David, los
personajes de Fresa y Chocolate que
revindicaron esa figura en el pasado siglo. Parece que solo pueden verse
manchas donde también hay luz.
Otros
directores llegarán también con la sed de abordar el tema. Otras producciones
se asomarán a través de la gran pantalla. Quizás, en la próxima ocasión, la
historia sea diferente.
muy interesante y muy de acuerdo contigo Jose...sigue así
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