miércoles, 28 de enero de 2015

Investigaciones indagan sobre síndrome de la abuela esclava

Con frecuencia llegan las mujeres a la edad de jubilación y, si bien muchas deciden continuar laborando en sus puestos de trabajo, otras se retiran hacia sus hogares para el "descanso". Sin embargo, detrás de esa aparente tregua que toman cuando llegan a la tercera edad, comienza la distensión del trabajo no remunerado y sus existencias se convierten en la continuidad de las tareas del hogar que venían realizando toda su vida.
Las que llegan al completamiento de la edad laboral en empleos no domésticos tienen la posibilidad de ampliar sus roles, más allá de los que tradicionalmente han ejercido por su "condición femenina". No obstante, especialistas aseguran que, luego del retiro o la jubilación, ellas continúan estando más ocupadas que los hombres en las obligaciones domésticas y familiares, sobre todo si están casadas.
La acción productiva no cesa, sino que se prolonga o cambia de tipo de actividad. En ocasiones, las decisiones, planificación y ajustes en el momento de la jubilación están permeadas por los roles que ellas tradicionalmente asumen en la sociedad.
Para las abuelas, por ejemplo, el papel de cuidadoras se extiende a la tercera generación. Numerosas causas influyen en ello, pues estas constituyen el apoyo de mujeres que se incorporan al trabajo sin la posibilidad de optar por círculos infantiles, guarderías o contrato a personas que cuiden de su descendencia. Sin lugar, a dudas la carga asumida por las abuelas y el tiempo que aportan en ello muchas veces no se reconoce, pues se asume como el curso natural del cuidado que ya han realizado a lo largo de sus vidas.
Este peso, tanto físico como emocional, genera algo que los expertos sobre el tema denominan el Síndrome de la Abuela Esclava. La enfermedad, investigada y nombrada desde 2001 por el español Antonio Guijarro Morales, licenciado en medicina y cirugía de la Facultad de Medicina de Granada, origina graves y progresivos desequilibrios, tanto somáticos como psíquicos.
Sus principales manifestaciones fisiológicas son: hipertensión arterial, padecimientos metabólicos como la diabetes, sofocos, taquicardias, dificultad para respirar, mareos, hormigueos, desvanecimientos, cansancio y caídas fortuitas. En el plano emocional, se revela en malestar, ansiedad, tristeza, desánimo, falta de motivación y sentimientos de culpa por su malestar. Estos padecimientos se deben a factores como la realización de trabajos o actividades extradomésticas, además de sus obligaciones de ama de casa y cuidadoras de familias numerosas, tener a su cargo personas incapacitadas o enfermas y la acumulación de obligaciones. Son proclives a padecerlo las mujeres de mediana edad, con excesivo sentido del deber y la responsabilidad y que no suelen quejarse de la situación con la debida elocuencia o expresividad.
El Síndrome de la Abuela Esclava es reconocido por la Organización Mundial de la Salud como una forma de maltrato hacia las mujeres y, aunque es una enfermedad cuyo descubrimiento es relativamente reciente, debe preocupar no solo a quienes la padecen, sino también a la comunidad científica y médica, para la cual el diagnóstico no resulta fácil, debido a que las pacientes suelen negar estar sometidas a estrés, por razones familiares o culturales. Ellas tienen el criterio de que pueden con todo y de que su malestar se debe a otras causas, mientras sus familiares se mantienen ajenos y la consideran única culpable por negarse a delegar responsabilidades.
Su tratamiento consiste en liberar a la abuela de cargas, buscar el equilibrio entre sus capacidades y responsabilidades, cariño y comprensión. Además, ayudarlas a reconocer sus límites, tanto físicos como emocionales. Otro elemento que aconsejan los especialistas es que, cuando estas llegan a la edad de jubilación o retiro, pueden ampliar sus roles, más allá de los que tradicionalmente han ejercido por su condición de mujer.
Una investigación realizada en 2003 por la psicóloga española Encarnación Liñan indaga acerca de este nuevo fenómeno. El estudio refiere que el Síndrome de la Abuela Esclava se asocia a mujeres que cuidan a sus nietos o familiares enfermos de forma sistemática, tienen excesivas responsabilidades en función de sus capacidades, no tienen libertad para tomar decisiones, no disfrutan de su tiempo libre como ellas quisieran, apenas tienen relaciones sociales, por cuestiones culturales se sienten obligadas a asumir demasiadas tareas, tienen miedo a quejarse por represalias (retirada del cariño, chantaje emocional); consciente o inconscientemente saben que se está abusando de ellas, pero no tienen ni los recursos, ni los medios necesarios para hacer frente a estas situaciones.
En los sujetos estudiados, la percepción acerca de lo que representa una abuela feliz giró en torno a los siguientes criterios: aportar bienestar a la familia, ayudar a sus hijos y familiares en función de sus capacidades físicas y emocionales, no tener responsabilidades directas con sus nietos de forma sistemática y disponer de la libertad para decidir qué hacer con su tiempo.
Esta problemática no puede desprenderse de las construcciones socioculturales que han colocado a la mujer como principal referente en el cuidado, motivo por el cual esta se siente más comprometida. Además, continúa prevaleciendo una visión androcéntrica, pues los hombres asumen el rol de cuidadores cuando no existe o no está disponible un familiar femenino y, en el caso de los abuelos, cumplen funciones más ociosas en el seno familiar.
En Cuba, si bien existen numerosas investigaciones y referencias sobre las personas de la tercera edad, poco se ha hablado acerca del Síndrome de la Abuela Esclava, no solo como un padecimiento que afecta la salud, sino también como una forma de maltrato hacia las mujeres.
Incluir la perspectiva de género en las políticas públicas que se tracen en relación con este grupo etario no solo será una contribución para visualizar un problema que afecta a mujeres y hombres, indistintamente; será el punto de partida para superar las desigualdades que involucran también a la tercera edad.

lunes, 19 de enero de 2015

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Cada tarde pasa frente a la terraza con un sonido singular. Es joven y trae consigo la música que anuncia a todos la llegada del helado a la barriada. Por estos parajes se le ve caminando al lado de su bicicleta porque son considerables las alturas de las calles. 
No sé siquiera cuál es su nombre o por cuánto recoveco anda para vender el helado que lleva en una pequeña nevera agarrada de la parrilla. Solo sé que a veces va de un lado a otro aclamando la llegada de algún niño, y se detiene frente a sus casas con la esperanza, quizás, de que saldrá el pequeño en búsqueda de la golosina.
Hoy le he visto con la estampa de un John Lennon y sus espejuelos redondos último grito de la moda. Llevaba, además del suéter de rayas, una gorra blanca y una sonrisa. Acerca de su éxito no saben los vecinos, tampoco su paraje o si regresa a casa con las manos vacías. En ocasiones se le ve cansado pero repite el camino tantas veces sea necesario. 
Alberto, Pepe, Raúl, Orlando o que sé yo como se llame puede ser el último eslabón en la cadena productiva. Es el vendedor, no de asombros, como la canción de Liuba. Es el rostro de quien, como otros, luchan por vivir o sobrevivir a toda costa pero cuya imaginación quedó inerte al desafío de los nuevos tiempos.
En mis fantasías que le imprimen a la ciudad y a sus gentes mayor colorido le veo de manera constante. Lo pienso vestido de payaso y dibujada su boca en la que no siempre aparece la risa. También con una peluca caleidoscópica y unos zapatones grandes como salido del acto circense al que no todos los niños van. Pintada la bicicleta cual un carruaje de colores y detrás, donde hoy ocupa el lugar la pequeña nevera, un gran cajón del nuevo refrigerador que alguien botó,  lleno de melodías, matices y sorpresas que solo descubrirán los chicos cuando se arrimen al fabuloso espectáculo.         
A ellos los imagino también alegres, llenos de admiraciones y corriendo en busca de sorpresas dulces; abarrotados de algarabía e ilusiones, pues el vendedor no solo endulzara sus labios, también sus ganas de soñar.
Y mientras sueño cuando escribo, vuelve el sonido a las calles que hasta para algunos resulta ya tedioso y la idea se me rompe como un globo.
Quizás nunca pueda descifrar la incógnita y me acerque para compartirle la quimera que se me antoja cada tarde cuando lo escucho o veo pasar.
No sé si de asombros se vestirá algún día este transeúnte que busca su vida en las calles de la ciudad. Lo cierto es que no necesitará de mucho para hacerlo. Con una caja, un poco de pintura alegre y las dos ruedas que le guían puede alcanzar la ilusión de llegar sin paletas hasta el último confín. Y en el afán de dar de comer a su bolsillo también llenará de sueños una pequeña imaginación.    


lunes, 12 de enero de 2015

Sin importar los cuerpos existe el amor


Uno de los sucesos cinematográficos de 2014 llega a las salas de cada hogar. “Vestidode novia”, ópera prima de Marilyn Solaya y ganadora del premio de la popularidad en la pasada edición del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano dela Habana, ya circula a través de memorias flash.
Sobre los avatares de nacer en otro cuerpo va este filme que tiene como precedente el documental “En el cuerpo equivocado” de la propia realizadora. Vestido de novia” abre las puertas al tratamiento de la transexualidad desde el largometraje cubano, tema que también ocupa la agenda de las organizaciones que le tienen bajo su encargo.  Aparece en un momento en el que se discute la protección de los derechos y el reconocimiento a la identidad de género de este grupo, uno de los más segregados desde el punto de vista social.
Sensibilizar a quienes no conocen sobre el tema es su mayor reto aun cuando las expresiones de identidad sexual y de género (transexualidad, transgénero, travestismo) continúan bajo un denominador común en el imaginario social “ser maricón”.
Para lograrlo su directora se vale de un staff artístico cuyo desempeño le imprime credibilidad al largometraje. Se destaca la actuación de Laura de la Uz quien encarna a Rosa Elena, una mujer de aspecto maduro que deberá enfrentar su verdadera identidad frente a Ernesto, interpretado por el actor Luis Alberto García. Con el apoyo de Sissi, que de manera histriónica representa Isabel Santos, Rosa Elena enfrentará momentos de su vida marcados por la violencia en su espectro más amplio. Tomando como tapiz el año 1994, Solaya se vale de la crisis en el ámbito político para reflejar también la polémica que el tema generaba en lo individual y social.
Si bien el aplauso del público reconoce en “Vestido de novia” una obra con un profundo sentido humano hacia las personas que han nacido en el cuerpo equivocado, algunas secuencias de la película no quedan del todo esclarecidas.
El pasado de la relación entre la protagonista y el padre, si bien puede ser inferido, deja no pocas interrogantes cuyas respuestas no se encuentran en el transcurso de la obra. Por otro lado el encarcelamiento de Sissi tampoco tiene una explicación en la narrativa. En este último  caso apelar al recurso de la elipsis le resta comprensión a la idea que se quiere transmitir.  El título no siempre encuentra resortes con el discurso audiovisual. “Vestido de novia” solo nos sugiere el cambio de identidad en un juego de palabras donde convergen los géneros, pues la boda de Rosa Elena y Ernesto apenas tiene referentes visuales.
No obstante, asume con valentía llevar a la pantalla grande la historia de un transexual para humanizar o sensiblizar, tal vez, a aquellos para los que aun constituye una aberración humana estar atrapado en un cuerpo que no te pertenece. De ahí que el equipo de realización haya concebido a una mujer para que interpretara el personaje principal pues la representación masculina de estos papeles continua satirizando la figura del transexual.
“Vestido de novia” comienza el largo camino para llegar hasta el sitio más insólito. Lo hará de mano en mano y a través de muchas voces que una vez la disfruten se harán eco no solo del dolor y el sufrimiento que padecen las personas bajo esa condición. Serán, también, emisoras de los actos simples en los que sin importar los cuerpos existe el amor.