viernes, 24 de julio de 2015

Emprendedoras a domicilio

Entre contoneos y pregones andan ciertas mujeres; urbanas por su trabajo, rurales por sus costumbres. Poco se sabe de dónde vienen o a dónde van las voces incógnitas que irrumpen en la ciudad, sin lugar ni hora.
Algunos escuchan su cantar a intervalos y llaman sin desenfado a estas emprendedoras, cuyos nombres se pierden, se disuelven, se dilucidan en otros muchos: “compañera”, “aguacatera”, “dulcera”, “mami”, “mimi” o qué sé yo cuántos más. Otros prescinden de su trabajo y no escatiman en poner delante de sus puertas “POR FAVOR NO MOLESTE” o “EN ESTA CASA NO SE COMPRA NADA”.
Al lugar más inhóspito llegan sus señales, que son también las del boniato, el plátano macho, la malanga o la ensalada de estación que pregonan con su infatigable voz. Señales de la papa, el aguacate o la fruta de temporada que montan en sus hombros y cargan con sus brazos. Poco les alcanza el tiempo para los cotilleos o las entrevistas porque estas Cenicientas deberán volver al campo antes de que sus carrozas se vuelvan calabazas.
Parten desde muy temprano de sus pueblos nativos y sin detener la marcha andan de un lado a otro hasta que, por fin, se agote la mercancía. Van caminando, a veces corriendo, huyendo quizás del inspector que les sigue los pasos. Unas llevan arreglados sus papeles, mientras otras se enfrentan al riesgo constante de ser acechadas por la ley.
Su jornada, en la que ni siquiera nos detenemos a pensar, no está siempre plagada de momentos felices. Ellas atraviesan las distancias para que de este lado se comparta el alimento que nos da vida. En sus mochilas cargan hortalizas y vegetales, en sus hombros el peso de una familia a la que hay que dar de comer y vestir. Algunas reciben el apoyo de otras mujeres que les brindan sus casas como almacén para que el pregón se haga más ligero, otras se van acompañadas para que el peso sea más liviano.
Tal vez sean hombres, sus parejas, los responsables del cultivo o la cosecha; sin embargo, son ellas eslabón imprescindible en la cadena productiva. No solo propician que el fruto de la tierra llegue a las puertas de cada hogar o que las ganancias caigan en algún bolsillo para que el ciclo comience otra vez. Son medio de transporte, gestoras de ventas, comunicadoras, caminantes sin fin, emprendedoras rurales en espacios urbanos.
No siempre se les ve a ellos en estas funciones, en las que la presencia femenina se hace notar. Para los hombres el campo ha reservado otros roles que devienen costumbre y estereotipos: velar por el cultivo, recoger la cosecha, administrar el dinero.
Bien conoce estos avatares una mujer que anda por mi barriada. Veintidós años laborando en el sector educativo no le han alcanzado para llevar la responsabilidad de su casa y mantener una familia integrada por sus dos hijas y un esposo. Ella maestra y él camionero, unen esfuerzos para salir adelante, así que semana tras semana ella emprende el viaje desde las afueras de la más occidental de las provincias para traer dulces en conserva hasta la capital.
Confiesa que ella es la responsable de esas delicias, cuya elaboración comienza cuando termina la jornada en el Círculo Infantil donde trabaja.
Cuenta cómo se levanta cada fin de semana a las 2 y 30 de la madrugada y toma un transporte que la trae hasta la gran urbe. En ocasiones arriba a las 6 y 15 de la mañana y, sentada en la parada del ómnibus, espera hasta el amanecer para entrar con su carisma y sencillez al domicilio de cada cliente. Otros hombres y mujeres del poblado donde vive la proveen de la pulpa del mango, el coco rallado o la guayaba en cascos para ganar en tiempo, aunque pierda ganancias.
La sonrisa no se le destiñe, a pesar del peso que carga y que atenta contra su salud. Su meta más inmediata es terminar de construir su casa combinando el crédito que solicitó al banco con las ganancias del trabajo que realiza por cuenta propia.
No regresa a su Pinar querido hasta que se aligera el peso de la mochila, el bolso o la jaba que trae encima. Parada en la carretera, puede que llegue el ocaso y no el transporte que la llevará de vuelta. Allí puede vérsele con el orgullo de ser maestra de aquel lado del archipiélago y con la entereza de ser, de este otro, una de esas emprendedoras a domicilio.